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Los espacios

Los espacios

¿Cuántas veces has creado un espacio para tus relatos con el simple objetivo de escenificar los conflictos de tus historias? Proponemos una cosa: no caigamos en el clásico error de infravalorar su poder dentro de nuestras novelas.

 

Un espacio tiene objetivos

Cuando definimos dónde sucederán los hechos de la historia, muchas veces lo hacemos a partir de lo que el personaje protagonista o alguno de los secundarios necesitan: un hogar, un lugar de trabajo, una selva donde vivir aventuras… Pero detengámonos un momento. Pongamos que estamos trabajando con la idea de construir un bar donde tendrá lugar uno de los momentos más importantes de la trama: ¿cómo dotarlo de una vida propia que aumente la tensión de la escena? Dotándole de un objetivo.

Por ejemplo, es bar tiene el objetivo de servir alcohol y cerrar a la hora decidida. Como a todo personaje, debemos generar un problema alrededor de ese objetivo. Por ejemplo, si nos inventamos un camarero despistado, poco discreto y que va borracho, habremos creado ese conflicto. ¿Cómo puede influenciar en la trama? Pues, veamos, si en ese bar va a sucederse un intercambio de dinero o de rehenes, ese camarero, creado para frenar el curso normal del bar, pondrá también dificultades a la trama principal. Al final, los lectores no se preguntarán, ¿cerrará el bar a su hora y todo el mundo habrá sido servido? Pero sí que habremos creado un espacio con vida propia.

 

 

 

 

Un espacio es un espejo de los personajes

Otra manera de dotarlos de personalidad consiste en construirlos a semejanza de los protagonistas que lo poblarán y dotarle de una vida propia que complemente a la de los personajes. Un lugar puede ser oscuro, luminoso, feliz, tétrico… De entrada, el hogar de Drácula no será una casa en la playa en Formentera, pero construirle un sótano en los bajos fondos de Londres tampoco aporta nada a la historia.

Pondremos un ejemplo muy claro para entender este punto. En Grandes Esperanzas, de Charles Dickens, se nos presenta a  la señora Havisham, una adinerada mujer a quien le rompieron el corazón y quien enloqueció hasta encerrarse en su mansión. La casa del personaje está destruida, no tiene casi mantenimiento, ella ha pretendido detener el tiempo. En resumen, se cae a trozos, como el alma de la dueña. Pero el tiempo sigue fluyendo, como la vida y la casa sigue siendo un hogar para ella y para su ahijada, Estella. Uno de los objetivos es darles cobijo a ambas. Por lo tanto, la casa es un reflejo de su dueña pero a la vez un impedimento para la depresión de la misma.

Veamos cómo podemos usar la estratagema contraria para que los espacios ganen protagonismo en nuestras historias. Es un clásico usar el método pez fuera del agua para aumentar o potenciar los conflictos del protagonista. Volvamos al ejemplo de Drácula. Imaginamos que vive en esa casa en Formentera de la que solo puede salir, evidentemente, de noche. Si el sueño del vampiro, imaginemos, es bañarse a la luz del día y tiene el mar delante de la ventana, la casa se convierte a la vez en su cobijo (objetivo del espacio) y su cárcel (antagonismo a las aspiraciones del protagonista).

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