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El final de la novela

El final de la novela

Bien acaba lo que bien empieza. Y, para cerrar una historia, existen una serie de conceptos técnicos que nos pueden ayudar a construir nuestra novela, dotarla de ritmo y que todas sus partes tengan sentido. Da igual si escribimos un relato, una novela, un guión de cine o de serie de televisión. Conocer esos puntos comunes y universales que marcan la mayoría de maneras de contar una historia nos ayudará a construir y diferenciar nuestra técnica.

Insistimos, estos términos no nos deben dar miedo. Al final, son solo una perspectiva de la historia, muy técnica, que nos ayudan a construirla. Dicen que una gran novela es aquella que está perfectamente construida pero que esconde a la perfección sus costuras. ¿Preparados?

 

El clímax

Ya hemos construido el nudo de nuestra historia y hemos hecho pasar a sus protagonistas por una serie de obstáculos y aventuras que han dificultado la consecución de sus objetivos. Pero todo ello no tiene ningún sentido si no tenemos claro, desde el principio, cuál es nuestro final. ¿Por qué? Dejemos que John Gardner nos lo explique (fragmento de su libro Para ser novelista): “escribir una novela es como adentrarse en el mar con una barca. Si se sabe dónde se quiere ir, es conveniente saber el rumbo. Si se pierde el rumbo, se puede recobrar observando las estrellas. Si no se tiene mapa ni rumbo trazado, tarde o temprano la confusión obliga a observar las estrellas”. De hecho, ésta es una norma básica que hallaréis en todos los manuales que se mencionan en este artículo e incluso en la mayoría de los que consultamos para elaborar el resto.

Pero tampoco hay que obsesionarse. Cuando escribimos con un final predeterminado, con una dirección, éste puede cambiar sin afectar del todo la historia. Pero justamente, esa dirección trazada, nos ayudará a detectar qué cambios hay que hacer para que todo sea coherente. Veamos, David Lodge en El arte de la ficción nos dice “cuando se escribe narrativa, hay siempre un forcejeo entre por una parte la aspiración a la estructura, el dibujo claro, el esquema cerrado, y por otra la imitación de todo lo que la vida tiene de azaroso, incongruente y abierto”. Esta disyuntiva también forma parte del proceso y no debemos apartar nuevas ideas que surjan en el camino.

Y todo lo que construimos nos lleva a un concepto que, en mayor o menor medida,  todo escritor trabaja concienzudamente: el clímax. Silvia Adela Kohan en Para escribir una novela, nos lo define como “el momento álgido que nos lleva directos al final de la novela”. Veamos, Hector García Quintana en Cómo se escribe una novela amplía el concepto diciendo que es “el momento en el que la tensión no puede subir más, se ha llegado al punto más alto y sólo queda la posibilidad de un cambio, una solución para el conflicto o, al menos, un reconocimiento de que no hay solución”. Así pues, es el momento en el que se nos da una revelación, un cambio fuerte en la dirección de la historia, un personaje toma una decisión o una dirección jamás pensada…

Este momento álgido, nos dirige hacia el cierre de la historia, pero aún nos queda un tramo por recorrer. Veamos un ejemplo. En el club de la lucha, de Chuck Palahniuk, [ALERTA SPOILER] el narrador de la historia descubre que Tylor Durden, esa especie de terrorista con el que lleva compartiendo penurias y desventuras, no es sino él mismo y que sufre desdoblamiento de personalidad. Este clímax, en el que se reinterpreta toda la historia y se descubre la verdad, es un punto de inflexión en el que no hay vuelta atrás. Pero ojo, la historia no ha acabado aún. Nos queda… exacto, el final.

 

 

 

 

El final de la historia

Todo lo que empieza acaba y los grandes escritores son maestros en el cómo. El final, el cierre, el desenlace… son diferentes maneras de expresar cuál es el destino último de nuestros personajes.

En el libro de Kohan se distinguen dos tipos: el final por cese, en el que no se admite o entiende una continuación ya que ha ofrecido un cambio tan grande que no se concibe más puntos en esa historia y el final como desenlace, en el que se evidencia un final que se podría desviar hacia otra dirección o que deja en el aire los hechos que realmente cierran la historia. Enrique Páez, en Escribir, manual de técnicas narrativas, llama a lo primeros “finales cerrado”, a los segundos “sin resolver”, y ofrece un sinfín de otras posibilidades (con una duda, con una sorpresa…).

Coloquialmente, se llama “final abierto” al final como desenlace. Este tipo de cierres suelen ser muy polémicos y muchos escritores son acusados de no saber terminar su historia con soltura. Hacerlo bien es complicado y, la clave de este tipo de finales, es la coherencia. El lector no puede quedar desprotegido. Para que un final abierto sea aceptable, toda la novela debe dar al lector de las herramientas e información necesarias para que éste pueda suponer o construir lo que ha sucedido o que saque sus propias conclusiones.

Un final puede ser bonito, duro, sorprendente… todo género, toda historia, todo autor, tiene sus normas y protocolos para construirlos. Romperlas entre una novela y otra puede ayudar a sorprender. Imaginad que escribís novela policíaca, si en las dos primeras entregas, el asesino ha sido capturado, que en la tercera se escape y deje desprotegido al protagonista puede ser un cierre no esperado.

No tengamos miedo a concluir nuestra historia con un final común, o sorprendente, o duro, o incluso humorístico si se tercia y nos apetece. Pensemos sobre qué le va a gustar a nuestro lector, qué espera después de leer todas esa páginas, pero también dejémonos llevar por la imaginación y busquemos ese cierre que nos enorgullezca. Toda novela tiene su alma y nosotros somos sus arquitectos. ¿Verdad que no todos los edificios gustan a todos los ciudadanos?

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