Vladgen Brunhold y Natalia Novikova en las catacumbas de Stalingrado

Vladgen Brunhold y Natalia Novikova en las catacumbas de Stalingrado

  • Novela histórica
  • 3 capítulos

¿Te gusta la obra? ¡Anímale a publicar con tus aplausos!

Lecturas 22
Guardado en favoritos 0
Comentarios 0
Phil J. D.
Escrito por

Phil J. D.

No es mi nombre real. Tengo 24 años, una gatita preciosa y una depresión de caballo )); ig; @delusional_poetry_...

  • 1
  • 0

Descripción

Avanzaba lentamente a través del estrecho pasillo, observando con una mirada nostálgica todo aquel desastre; la estancia había sido registrada a la fuerza, saqueada sin miramientos, mientras en el suelo de ésta montones y montones de hojas de papel escritas por ambos lados con una caligrafía temblorosa se acumulaban. Las estanterías habían sido derribadas, volcadas contra el suelo con rabia, a la vez que muchos de los artilugios que un día las adornaron, ahora yacían rotos, pisoteados de manera odiosa en el suelo, cómplices del paso de aquella maldita guerra. Vladgen Brunhold siguió avanzando. Y finalmente, un espejismo de esperanza se abrió ante sus ojos; —Aquí está... — Sobre aquél viejo escritorio de maderas nobles, un arrugado mapa repleto de anotaciones en ruso, junto con varias ubicaciones dentro de la antigua Unión Soviética, marcadas y redondeadas en un color rojizo chillón yacía, intacto. —¿Qué significan? — Mark preguntó en un tono tenso, con la voz cohibida; aquel piso parecía una cápsula, una nave de viaje al pasado. Ferdinand caminaba lentamente a través de aquél claustrofóbico pasillo, olisqueando el pasado; en su mente todo era tan familiar... Cómo si todo aquello fuera un sueño anteriormente ya soñado, como si todo aquello fuese un recuerdo lúcido de un pasado ya vivido. Y la acción regresó a los ojos Mark; Éste fijó la mirada en Brunhold, expectante, y cuándo el suboficial fuere a mencionar palabra alguna... «PUM, PUM, PUM», tres fuertes golpes contra la puerta de entrada al piso les sobresaltaron. Se miraron mutuamente, a la vez que Vladgen pronunciaba un gestual —no muevas ni un dedo— dirigido éste a Mark. Y los golpes prosiguieron; a los tres primeros les siguieron tres golpes más, pero perceptiblemente más fuertes, más juntos, más... desesperantes. —¡¡Abrid!! ¡¡Soy yo!!--- Mark miró a Brunhold, y éste, entre una arremetida de prisas, fuere rápidamente a abrir la puerta... Era Natalia, con dos niñas; cada una de ellas cogida desde una de sus manos. —Rápido, hay que esconderlas. —¿¡Qué!? Per... — Las palabras de Brunhold fueren cortadas, de nuevo, por Natalia; —Vienen a por ellas. ¡¡Rápido!!, están cerca... — Su voz se percibía cortada, ahogada entre profundos suspiros de ansiedad y desconcierto. Repentinamente... Repentinamente, algo rompió la cristalera de la puerta de acceso al bloque de viviendas. Y seguidamente, una fuerte patada la tiró al suelo. Natalia miró atrás, para seguidamente mirar con temor a Vladgen Brunhold... —¡¡Maldición!!, son ellos, ¡¡Están aquí!!--- Brunhold llevaría a las niñas hacia el interior del piso, rápidamente, mientras Natalia, con su pulso temblando, entre una arremetida de valor injustificado y sin moverse siquiera ni un metro de la puerta del inmueble, cargaría la escopeta que se hallaba tras ésta. Desde el cuarto piso, Natalia, Brunhold y los tres anarquistas junto con las niñas observaban su posible sentencia de muerte, al fin. Y asomando su mirada a través de una de las rencillas de la cortina de la habitación principal, Ferdinand era testigo de cómo decenas y decenas de soldados alemanes no cesaban en sus intentos por encontrarles y darles caza; éste miró despavorido a Otto quién, en un intento por controlar un posible ataque de nervios había cerrado sus ojos y bloqueado su mente. Los golpes secos para así conseguir tirar abajo las puertas de los pisos retumbaban con tal fulgor en la mente de Otto, que sus párpados cerrados vibraban al unísono, delatando su aparente autocontrol y tranquilidad. —Herr Von Manstein, hier ist nichts. Wir haben alle drei Pflanzen gründlich durchsucht, aber keine Spur von ihnen... — Uno de los soldados se aproximó cauteloso a Von Manstein, y con una voz entrecortada le confirmó lo que ya se esperaba; en aquellas tres plantas no había ni rastro de Vladgen Brunhold. Cuando de la nada... De la nada un gemido de terror procedente de la última planta de la edificación hizo alzar la cabeza, y cambiar las intenciones del Mariscal de campo; Von Manstein alzó su cabeza, y habiendo fijado su mirada en una de las viviendas de la planta superior, concretamente en la número seis, y también habiendo dibujado una vil y sádica sonrisa en su rostro, enunció las siguientes órdenes... —¡¡Ich glaub' ich spinne!!, Registrad la cuarta planta... — Y después de una pensada pausa en su discurso, Von Manstein prosiguió con la sentencia; -Traedme a ese maldito hijo de cerdo, y divertíos con los demás... El soldado realizó el saludo fascista a modo de acatamiento de las órdenes, y mientras éste marchaba, Von Manstein volvió a alzar la cabeza, y habiendo fijado de nuevo su mirada a la puerta del piso número seis, susurró a la vez que una sádica sonrisa iluminaba su rostro una última vez; —Corred ratitas, corred...

¿Te gusta? ¡Díselo al autor!
Publica tu reseña sobre el manuscrito

Más en Novela histórica

Ver todos